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lunes, 26 de agosto de 2013

Debut

La revista Humor Registrado llegó a los kioscos argentinos en la primera semana de junio de 1978 en coincidencia con el puntapie inicial del Mundial de Fútbol que tendría al país como anfitrión.

Apuntaba a un público que ya conocía a los hacedores: Andrés Cascioli, Tomás Sanz, Aquiles Fabregat, Alicia Galloti, Alberto Speratti, Roberto Fontanarrosa, Carlos CEO Campilongo, Sanyu, Crist, Alfredo Grondona White, Carlos Pérez D'Elias, Carlos Abrevaya y Jorge Guinzburg (que aparecieron en aquel número 1 con seudónimos) eran nombres muy conocidos para quienes ya habían comprado Satiricón, Mengano y Chaupinela. Estas publicaciones, en especial Satiricón, habían revolucionado la industria editorial de la mano de Cascioli y Oskar Blotta, como bien historiaron Jorge Bernárdez y Diego Rottman en este libro.

Refugiado en la publicidad, Cascioli venía de fracasar con una revista de espectáculos llamada Perdón, de sufrir la censura militar que impidió la salida de Satiricón y del gobierno de Estela Martínez de Perón que clausuró Chaupinela.

Pero el éxito de Humor -que fue in crescendo y no inmediato- lo sorprendió.

viernes, 23 de agosto de 2013

Nada se pierde, todo se transforma

Las frases que coronaban la cabeza de muchas de las páginas de Humor Registrado eran un clásico de la revista junto con los insufribles. Se trataba -en el primer caso- de comentarios irónicos de la coyuntura o de tópicos que circulaban en la redacción y alguien -por lo general Tomás Sanz o Aquiles Fabregat- compilaba para luego repartir en la edición. O también provenían de colaboradores externos, a los que se les encargaba o entregaban de manera espontánea como notas o chistes. El recurso no fue una invención de los hacedores de Humor. Ya se habían utilizado en Chaupinela, la revista que Andrés Cascioli editó en 1975 o en Satiricón, aquel producto de Cascioli y Oskar Blotta que revolucionó las revistas entre 1972 y 1976. El publicista, autor teatral y editor Carlos Marcucci -quien nunca trabajó con Cascioli- se adjudica ser el creador y asegura que los incluyó en unos libros sobre humor que editó antes de que Satiricón llegara a los kioscos. Los insufribles también comparten ADN con Chaupinela y Satiricón (donde se lo llamaba Estamos podridos de...), pero en el caso de Humor fue una sección más que emblemática. Podían ser temáticos (a veces se ensañaban con tacheros, colectiveros, motociclistas o comerciantes) o repetirse a lo largo de los años y a medida que crecía el público de la revista se amplió la mirada. Los lectores comenzaron a enviar insufribles con nombre y apellido y firmas recolectadas para escrachar un compañero de trabajo, la escuela o de la propia familia. Revisar los 566 números de Humor permite descubrir que muchos de los cabezales e insufribles mantienen una asombrosa vigencia, tal vez porque la realidad se repite o las costumbres no cambian. Incluso hoy son emparentadas con lo que suele leerse en Twitter y, por otro lado, son uno de los pocos puntos de contacto con la revista Barcelona. En este cuenta de Twitter se publicará una selección.

jueves, 22 de agosto de 2013

Germen

Es una mañana del invierno de 2011. En el subsuelo de la Biblioteca Nacional, sector hemeroteca, reviso diarios de 1983. Busco las promesas de aquella campaña electoral que ese año reinstaló la democracia. En el paso de las páginas casi amarillentas encuentro un aviso publicitario de la revista Humor. Ocupa dos columnas y todo el alto de una de las páginas de la sección espectáculos de Clarín. Promociona con un nivel de detalle exagerado el número que cuelga de los kioscos. Alguna vez Andrés Cascioli, -director, mentor, creador de ese y otros tantos productos gráficos- había explicado que la extensión de la publicidad era un pedido de los presos políticos porque sólo así podían enterarse del contenido de una publicación clave durante el último lustro de la dictadura militar imperante. ¿Por qué clave? ¿Una revista de humor? ¿De dibujitos? Porque se burlaba de los militares que habían asaltado el poder en 1976 al nivel del ridículo con caricaturas fabulosas. Porque entrevistaba figuras prohibidas, incluía chistes con temas tabú, columnistas que opinaban y firmaban allí lo que no podían en los medios tradicionales y porque entendió como nadie que aún con una mordaza férrea se podía enfrentar de manera inteligente la censura y la represión. Humor, no sólo fue Humor: fue El Péndulo, Humi, Hurra, Fierro, Caín, El Periodista. Una editorial con la que además de oxigenarse en la noche represiva se podía aprender a leer, descubrir artistas de todo tipo o fascinarse con historietas eróticas. Y así, en esa sala silenciosa de la hemeroteca, comenzó a gestarse un libro. Buscaría reconstruir y retratar la cocina de esa revista y el resto de los títulos que aparecieron, indagar por qué se había constituido en ese faro, quiénes eran los hacedores, cómo surgían los chistes, las tiras, las notas, dilucidar por qué y cómo una publicación que sobrevivió a la censura asesina, ya en la democracia, cerró tras una larga agonía. La historia completa llega a las librerías en septiembre.