lunes, 21 de octubre de 2013

Mona

Para febrero de 1983, cuando salió este libro de 556 páginas -un incunable que hoy cotiza 100 pesos en Mercado Libre-, Adelina Moncalvillo ya era Mona y había entrevistado para la revista Humor y en menos de cuatro años a Paulino Tato, María Elena Walsh, Jorge Romero Brest, Aída Bortnik, Pepe Soriano, Eladia Blázquez, Enrique Pinti , José Larralde, Isidoro Blaisten, Cecilia Rossetto, Ernesto Sábato, Martha Mercader, Carlos Carella, Joan Baez, Mario Vargas Llosa, Raúl Alfonsín, Italo Luder, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Adolfo Pérez Esquivel y Hebe Bonafini, entre tantos otros.
Eran entrevistas largas, que podían editarse hasta en ocho páginas, que ella preproducía con una investigación rigurosa en archivos de papel y la consulta entre los allegados al personaje. Las registraba con un enorme grabador Sony que sólo una vez falló en cerca de 600 charlas.
Y en aquel segundo mes del año en el que volvió la democracia, la revista Humor ya era masiva y los reportajes de Mona una sección clásica.
Había llegado en el otoño de 1979 luego de que el dibujante Cilencio la convenciera de que fuera a hablar con el Tano Cascioli porque sabía que Alicia Gallotti ya no colaboraba más con la publicación.
Mona le había propuesto a Cascioli rescatar las figuras prohibidas por la represión y la censura, pero él quería seguir con la cuota de frivolidad que llevaba Gallotti. Y aunque debutó con una entrevista al pintoresco árbitro de fútbol Guillermo Nimo, terminó por buscar a esas personalidades censuradas, la mayoría incluida en ese libro de reportajes.
Había nacido en 1947 en Curarú, un pueblo del lejano oeste bonaerense, más cerca de La Pampa que del puerto porteño y que el censo 2010 contó menos de 500 habitantes.
Estudió periodismo en la Universidad Nacional de La Plata donde la suerte le permitió tener de profesor "a alguien superior y maravillosa persona y profesional", Gregorio "Goyo" Selser, quien para 1971 trabajaba La Prensa y les pasó a los alumnos el dato de un concurso para la Municipalidad de Buenos Aires.
Mona lo ganó y se vino a la gran capital. Un año después entró a la agencia de noticias Télam. La llegada de los militares en 1976 le trajo una obligada renuncia y también la desaparición de un hermano.
"Para entrevistar a alguien, tenés que conocerlo muy bien", dice Mona, una máxima tal vez poco original, pero que no siempre se cumple.
"Un buen reportaje no es lo que se habla, es lo que se lee y hay una cierta diferencia en una charla y después en lo que lees", agrega.
Mona siente el sello indeleble de Humor en su curriculum. Se alejó a mediados de los 90, cuando la revista ya había iniciado el declive que la llevó a la quiebra en 1999, veinte años después de la fecha en que ella se animó a preguntar a los que nadie se atrevía.

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