jueves, 29 de agosto de 2013

Tomás

Vos tenés que verlo a Tomás. El que debe saber eso es Tomasito. Eso seguro te lo puede contestar Tomás. Ahí el que manejaba todo era Tomás. ¿Ya hablaste con Tomás?
Tomás es Tomás Sanz.
Y Tomás Sanz fue, en efecto, una pieza clave del triunvirato que gestó y sostuvo a la revista Humor durante los casi 21 años que llegó a los kioscos.
Andrés Cascioli se ocupaba de las tapas, seleccionar chistes y dibujantes, descubrir talentos, conseguir fondos, ser el líder de la banda y darle la mirada final antes de la imprenta.
Tomás era el editor periodístico, que escribía y reescribía, el que lidiaba en el día a día con la redacción. El que también craneaba la sección Pelota y tiraba paredes con Walter Clos, aka José María Suárez.
Tomás fue el solista y el co director de esa orquesta sin partituras.
El tercero era Aquiles Fabregat, fallecido en noviembre de 2010, casi 17 meses después que Andrés Cascioli.
Tomás tiene la voz cascada por el tabaco. Escucha más de lo que habla. Y cuando lo hace utiliza un tono monocorde y sin estridencias, con lo justo y necesario y las pausas para elegir las palabras precisas o tal vez para que venga los recuerdos desde la memoria.
Nació en 1937 y en los albores de la década del 60 conoció a Cascioli en una agencia de publicidad. Trabajaron juntos y con intermitencias hasta 1996, cuando Tomás fue convocado por Ricardo Roa para sumarse al proyecto del diario Olé.
A la redacción de ese matutino deportivo sigue yendo, aun jubilado, aun con una operación de cadera que lo obliga a usar bastón y con un cansancio visible, pero del que no se queja. Todos allí saben quién es, aunque algunos hayan nacido cuando la revista Humor ya era un clásico pasado de moda. Y aporta el ingenio y la sabiduría de la que otros adolecen.
Tomas sí rezonga cuando le comento que todos me dicen que tengo que hablar con él. "Sí, qué vivos", acepta resignado en el segundo de los dos encuentros mañaneros que tuvimos y en los que en total insumieron unas siete horas en el departamento de tres ambientes del sexto piso de un edificio viejo del barrio porteño de Balvanera, a dos cuadras de un shopping venido a menos.
En el living hay un TV de 21 pulgadas, dos sillones de un cuerpo con funda blanca, una mesa redonda de algarrobo, un potus y una estantería con libros de Nick Hornby, Carlos Abrevaya, Jorge Valdano, Alfredo Di Stefano, Stefan Weig, un premio entregado por el intendente de Morón Martín Sabbatella y un dibujo de Menchi Sábat sin colgar. En la pared, un dibujo enmarcado de molinetes del subte. Lleva la firma de Tomás.
Por la ventana sin cortinas se cuelan bocinazos y de vez en cuando el ulular de una ambulancia que corta como una navaja los recuerdos deshilachados que Tomás despliega con muchos paréntesis entre tazas de café instantáneo sobre un mantel floreado de plástico.
No lo dirá él, claro, pero sí cualquiera que lo haya tenido como editor: es uno de los mejores. Buena persona, afable, leal, leído, culto y paciente, lo necesario para explicar cada corrección, para justificarla. Por eso hicieron un tándem perfecto, irrepetible con Fabregat, otro que sabía largo del idioma de Cervantes. Podían desplegar textos preciosos, como el del Romancero del Eustaquio, porque ambos también compartían la fibra para el humor fino e inteligente.
Pero lo que Tomás más disfruta no es escribir ni editar sino dibujar y aún hoy lo hace en unas hojas tipo oficio que guarda en una carpeta. En Satiricón, de hecho, empezó con el plumín. Pero allí también arrancó a hacer periodismo, empujado por sus pares. Y ambas cosas las desarrolló luego en El Ratón de Occidente, Chaupinela, Humor y en algunos de los productos de Ediciones de la Urraca.
"Soy un tipo de llevar pocas a cosas a cabo. Le doy muchas vueltas. Es que tengo muchas cosas en el balero", asume ahora con algo de resignación y nostalgia, otro trazo grueso para pintar a quien merecería un mayor reconocimiento.
En junio último, la revista Noticias y Editorial Perfil homenajearon a Humor y el diario Buenos Aires Herald, publicaciones emblema de la resistencia a la dictadura militar, y allí estuvo Tomás para recibir una placa, para honrar la memoria de su gran amigo Cascioli.
En Humor Tomás fue jefe de Redacción y en los 90 director, pero el cargo fue una treta para quitar del blanco a Cascioli de la andanada de juicios con la que el menemismo censuraba de manera bestial y sutil a la revista, que le valieron numerosas pérdidas económicas a él y a Cascioli.
Aún hoy Tomás carga con una condena judicial por reproducir una nota del semanario uruguayo Brecha en la que se denunciaban depósitos bancarios del ex senador Eduardo Menem en la otra orilla. El fallo lo dejó firme la actual Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Juan Sasturain lo describe mejor

(El dibujo de tapa de El Ratón de Occidente es de Tomás Sanz)
(Tomás, a la izquierda, y Aquiles)

1 comentario:

  1. Llegué a este lugar buscando información sobre Tomas Sanz. Hoy 24 de Diciembre, si 24 por la tarde, prenochebuena, estoy tirado en la cama juntos a varios ejemplares de la revista Humor. Abrí una caja en la que tengo guardado varias decenas de la revista. La misma que comprabamos en mi juventud allá por el 79, 80 y que nos acompaño en forma constante hasta la década del 90.
    En la bonaerense ciudad de Lujan, en aquellos años, primero de plomo y luego de primavera democrática, la revista era la espera que permitía leer algo diferente. Era un petit libro que nos permitía la lectura durante la quincena y rompía el hastío de la siesta pueblerin a.
    No sabía en esa juventud, lo bello de la siesta, y Humor era una compañera muy urbana que permitía recorrer geografías e historias, cercanas y a la vez lejanas. Bs As, estaba a 70 km como ahora, pero esa distancia era mayor... Porque su recorrido era más intrincado y la comunicación tenía otra frecuencia, otro ritmo.
    Como fuera, hoy abrí una caja que estaba atesorada en el garaje de mi vieja. Estaba etiquetada. Sabía lo que me esperaba adentro, como quien destapa un Whisky añejado.
    Claro está, no solo paso el tiempo para la etílica bebida, sino para el que esto escribe. De aquellos "diecipico" de años a estos 56, cuasi 57. Y así una tarde de nochebuena de este ya falleciente 2018 escribo estas lineas. Casi como en una botella arrojada al mar. Sin saber si llegara a destino/destinatario.
    Por ello algún acuse de recibo permitiría salir de la incertidumbre insoportable y la soledad del naufrago.
    No se porque hoy, no se para que, pero quise abrir esa caja y empece a ojear las revistas, despacito, de a poco, saboreando las notas y a la vez encontrando un saber que luego del trajo, arrastra un dejo amargo.
    Es imposible evitar la melancolía, fotos de personas, personajes que no están, publicidades de programas que fueron icónicos y hoy ni siquiera sobreviven sus conductores, caso Pepe Elliachev, por poner uno solo.
    Así en el medio de las notas, encuentro una pequeña reseña dentro del apartado deportivo que habla del Club Náutico El timón, que es cercano a mi ciudad, Luján, y al cual he concurrido asiduamente en mi adolescencia.
    Quien firma esa nota, solo lo hace con sus iniciales TS, calculo que la misma pertenecía a Tomás Sanz. Por eso mi búsqueda. En ella dice que el había concurrido de niño a dicho Club y le rinde un pequeño tributo.
    En tanto yo, quise aquí también Tributar el espacio que tenía la Revista Humor en la economía mental de aquellos año, como objeto de disfrute. Y así me dio por escribir en este (según cuando se lea y si es que alguien lo lee) cercano, lejano, perdido, Diciembre de 2018. Saludos.
    Eduardo

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